A SOLAS CON DINA BOLUARTE
La crisis del Perú explicada a través de un diálogo
Usted me pide que renuncie porque el 70% de los peruanos no me quiere aquí. Claro, yo no puedo ser ajena al querer común de la población, lógicamente. Ese 70% de peruanos debe ser escuchado, pero su pedido se debe tramitar conforme a los procedimientos establecidos por la Constitución, a sus posibilidades. En eso radica entender que somos un Estado de Derecho, sustentado en la institucionalidad, en la ley y en las autoridades. No se trata de que el pueblo, o mejor dicho, una parte de él, reclame y reclame, y así todo le será otorgado de inmediato.
Lima, 21 de enero de 2023, 8:33 P. M. Palacio de Gobierno.
Un grupo de manifestantes consigue reunirse, personalmente, con la Presidenta del Perú en su despacho. Afuera, todo sigue ardiendo.
Esta es la conversación que quedó grabada del encuentro.
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DB: Bienvenidos a Palacio de Gobierno, hermanos, compatriotas. El Gobierno del Perú está dispuesto, como siempre lo ha estado, a escucharlos, para compartir puntos de vista, y poder llegar a acuerdos por la vía pacífica. Estoy segura de que, como yo, confían en el diálogo para alcanzar la paz social que todo el país reclama.
Señora Boluarte, buenas noches, gracias por sus palabras. Nuestros reclamos son claros, y esperemos sean atendidos a la mayor prontitud posible. Para iniciar, es evidente que usted carece de toda legitimidad para mantenerse en la Presidencia de la República. Nuestro Presidente, el verdadero, el profesor rural Pedro Castillo merece su inmediata liberación, pues fue víctima de un Congreso obstruccionista, que nunca le permitió gobernar, y que incluso lo ha mandado preso. Además, usted dio su palabra de que, ante la vacancia de Pedro Castillo, usted también se iría. ¿Por qué sigue en el cargo?
DB: Bien, vayamos por partes, si le parece. El expresidente Pedro Castillo, usted seguramente lo recuerda, intentó disolver el Congreso de la República. Esto motivó que justamente el Congreso termine por aprobar su vacancia por incapacidad moral. Esos son hechos objetivos. Ni usted ni yo podemos cuestionarlos, al menos no desde la óptica legal, pues la vacancia fue correcta desde sus procedimientos. Ahora bien, si el señor Castillo está ahora mismo preso, es porque sobre él pesa una investigación judicial. Un juez dictó sobre él una prisión preventiva. Nuevamente aquí, no cabe sino acatar estas medidas, pues provienen de una autoridad competente, como es el Poder Judicial.
Pero, señora Boluarte, ¿cómo le puede dar crédito al Congreso, si en todo momento impidió gobernar a nuestro compañero Pedro Castillo? ¿Cómo es que usted pasó de ser miembro de Perú Libre a ahora negarnos una realidad?
DB: Aquí debo insistir. El proceder del Congreso de la República puede ser cuestionado, sí, pero desde el plano legal, es decir, desde los procedimientos establecidos, no cometió abuso ni injusticia alguna contra Pedro Castillo. Simplemente siguió los trámites que nuestra Constitución Política tiene regulados para estas situaciones. Y, bueno, que yo haya sido parte del partido político Perú Libre no me autoriza a pasar por encima de la Constitución Política. Yo, al asumir un cargo en el Estado, asumí un compromiso con el país, y no solo con el partido.
Entonces, usted ya es parte del problema, pues, ¿no lo ve? Nos confirma que está conforme habiéndole usurpado el cargo al compañero Pedro Castillo.
DB: Bueno, no puedo aceptar que usted me llame una usurpadora. Voy a aprovechar que lo ha mencionado para explicar las cosas al respecto. Yo he llegado a la Presidencia de la República porque la Constitución Política así lo tiene establecido. Cuando un Presidente deja de serlo, como por ejemplo, por el tema de la vacancia, quien debe asumir en su reemplazo es el vicepresidente, o en este caso, vicepresidenta. Yo sería una usurpadora si no hubiese acompañado a Pedro Castillo en su plancha, y de la nada, me habría metido en el poder, como con un golpe de Estado o algo así. Eso no ha sucedido, claro está. Yo fui elegida por ustedes para este cargo que ahora ocupo. Uno no elige a una persona, elige a un equipo presidencial.
Puede que la Constitución esté de su lado, pero el pueblo no lo está. ¿No se da cuenta usted que más del 70% de los peruanos no la quiere de Presidenta? ¿No quiere parar la matanza? ¡Vamos cincuenta muertos, todos por culpa de usted!
DB: Señores, aquí voy a explicarme bien, con su permiso. El camino constitucional que se siguió ante la vacancia del expresidente Castillo ha sido el adecuado, nos guste o no, lo he dicho hace un minuto. He asumido la Presidencia de la República asumiendo con ello la responsabilidad de encontrar, y muy urgentemente, puntos de consenso entre el Gobierno y el pueblo. Estamos en medio de un gobierno de transición, que se va a ir, sí, pero haciendo lo que se nos ha encargado antes, que es defender la institucionalidad del país. Pero vamos tan solo un mes en el poder. Y usted no me podrá negar que he recibido un Perú que se cae a pedazos. No me juzgue por este momento de crisis, que yo no he provocado, pero que ciertamente estoy intentando afrontar con todo el profesionalismo posible. ¿Hemos cometido errores, excesos, omisiones? Seguramente que sí, pero hemos ofrecido disculpas por ello, y de todo corazón. Pero si gobernar es por sí mismo complejo, ahora imagínese hacerlo con un país que amenaza por semanas con tomar Lima, que bloquean carreteras y toman aeropuertos. Obviamente he tenido que enviar resguardos policiales y militares, pues yo le sirvo al país, que me exige tranquilidad, paz. ¿Cómo abordaría yo a quienes causan estos desmanes? Explíqueme usted. Sí, ya sé que son elementos infiltrados, que las marchas son pacíficas. Pero cuando pierden su orden y se desnaturalizan a protestas violentas y vandálicas, yo estoy obligada a actuar como se debe. Hay un principio de autoridad por defender, por hacer prevalecer, ¿no le parece?
¡Pero eso no justifica que hayan muerto cincuenta hermanos nuestros!
DB: Por favor, déjeme acabar. Yo, como usted, estoy profundamente conmovida por la muerte de nuestros hermanos, sobre todo porque la mayoría es del sur, como yo misma lo soy. Son mis paisanos. No me crea usted un monstruo, se lo ruego. En mi vida habré de ordenar la muerte de gente inocente. Nadie sabe aún cuáles han sido las circunstancias de las muertes de cada uno de estos peruanos. ¿Puede que haya habido excesos por parte de la Policía? Sí, es algo que no se puede negar, pero todavía no se puede afirmar, pues no hay certeza de nada. No se me puede acusar de haber ordenado la muerte de estos manifestantes. ¿No le parece eso injusto?
Nuestros hermanos han muerto porque usted no se quiere ir del poder, ¡entiéndalo!
DB: Señor, mi permanencia en el poder no responde, como todos ustedes seguramente creen, a un capricho personal, antojadizo, egocéntrico de Dina Boluarte, la mujer, la política, la activista social. No vivo en una realidad alterna o paralela: he sufrido y sigo sufriendo por las muertes de nuestros compatriotas, por los enfrentamientos entre peruanos. Pero no por su dolor puede usted llamarme una traidora, ni usurpadora, ni mucho menos una dictadora: ¿dígame qué norma me he saltado, y donde he ordenado bajo amenaza? Si yo permanezco en este Palacio, con esta banda, y en el cargo de Presidenta de la República del Perú es porque creo y defiendo el orden constitucional de este país, por el que he juramentado. Mi sola presencia en Palacio es prueba de que la Constitución funciona, y que se está respetando su contenido, su autoridad. ¿No es acaso el respeto a la Constitución lo que define a un Estado de Derecho? Usted me pide que renuncie porque el 70% de los peruanos no me quiere aquí. Claro, yo no puedo ser ajena al querer común de la población, lógicamente. Ese 70% de peruanos debe ser escuchado, pero su pedido se debe tramitar conforme a los procedimientos establecidos por la Constitución, a sus posibilidades. En eso radica entender que somos un Estado de Derecho, sustentado en la institucionalidad, en la ley y en las autoridades. No se trata de que el pueblo, o mejor dicho, una parte de él, reclame y reclame, y así todo le será otorgado de inmediato. Vivir en una democracia como la nuestra exige aceptar que todos los reclamos deben ser tramitados conforme a los procedimientos que se tengan a disposición. Yo sé que la mayoría del Perú no me quiere de Presidenta. Entonces, ¿qué, renuncio sin más?
¡Pues claro, renuncie!
Bien, si yo renunciase sin más, estaría dando el siguiente mensaje al pueblo e incluso a todas las democracias vecinas de nuestra región: “organícense, bloqueen carreteras, tomen aeropuertos, amenacen con paros, cultiven discretamente la violencia, y no habrá ninguna autoridad que se les pueda oponer”. ¿Se da cuenta de lo peligroso que sería esto para el país? ¿O mejor dicho, para el mismísimo sistema democrático, o para el Estado de Derecho? Básicamente yo, al renunciar sin más, estaría ratificando que quien manda en el Perú no es la Constitución ni la Ley, sino la intimidación, la violencia, el disturbio de miles de personas. Pero esto no es así, y no puede ser así. Nosotros no vivimos en una anarquía, donde todos hacen lo que desean, y cada uno se pelea por el poder a su modo. Somos una democracia constitucional, y como tal, creemos y debemos apostar por la institucionalidad, cultivarla y defenderla. Renunciar sin más, como usted me pide, no sería ni responsable de mi parte, ni propio de un Estado de Derecho maduro como el que queremos ser; o que al menos mi equipo y yo deseamos dejarle al país en este poco tiempo que tenemos. Sí, el pueblo puede reclamar todo lo que quiera, pero debe aceptar el hecho de todo se le concederá conforme a lo que permita y prevea la Constitución. Nuestro Estado se estructura sobre ese librito, pequeño pero poderoso, que usted seguramente conoce muy bien. Todo debe pasar por la Constitución. Si usted me pide que renuncie de inmediato, me está pidiendo que pase por encima de la Constitución y me olvide de todo el cauce legal. Usted, tal vez sin quererlo, me está obligando a actuar inconstitucionalmente, es decir, quiere que cometa un delito. Y si no cumplo, usted me amenaza con seguir asediando Lima, promover los enfrentamientos y exponer a todos a la violencia. Entonces, lo que usted quiere es que volvamos a esa sociedad que éramos antes del Estado, cuando gobernaba el más fuerte, el más violento. Donde la razón institucionalizada no existía, donde todo era caos. Eso quiere usted, sin saberlo, ¿se da cuenta? Yo fácilmente podría renunciar, pero si lo hago caería conmigo el principio de autoridad, el Estado de Derecho y el valor de la Constitución. Es decir, quedarían 33 millones de personas en medio del desgobierno.
Por eso queremos nuevas elecciones, justamente.
DB: Bien sabe usted que yo ya me he comprometido a acabar con este gobierno de transición cuanto antes. Ya he promovido ante el Congreso el adelanto de elecciones. En cancha de ellos está ahora, como se dice, la pelota. Ahora, ¿de qué se me puede acusar aquí? Si ya he hecho todo lo que estaba en mis manos. Usted me está acusando, en todo caso, por algo que el Congreso no se esmera en resolver cuanto antes. ¿Cómo puedo defenderme aquí, si yo no puedo atender su pedido? El adelanto de elecciones es una realidad. Yo me iré, quédese tranquilo, pero lo haré respetando el ordenamiento jurídico. No me pida olvidarme del derecho, del ordenamiento jurídico, pues mi máxima investidura me exige dar el ejemplo ante todos, de que aquí quien manda es la Ley, y no las pasiones.
Usted no tiene corazón, entonces, señora Boluarte, todo lo ve ley, ley, ley. ¿Y dónde queda el pueblo?
DB: Señor, ¿qué seríamos como país, si no le hacemos caso justamente a la Ley? Si la máxima autoridad, que en este momento soy yo, la Presidenta de la República, deja de defender la Ley, imagínese cómo sería con todos los demás funcionarios en el Perú. Sería un caos total, ¿no le parece? Y el pueblo, si quiere crecer como país, debe someterse, como me estoy sometiendo yo y el gobierno que presido, a su imperio, a su mandato. Si se sigue este camino se entenderá sin problemas que todo lo que se ha podido hacer para atender los reclamos, totalmente válidos, de ustedes, ya se ha hecho.
Entonces no nos queda otra opción que seguir con nuestras protestas, a seguir resistiendo el terrorismo de Estado que usted encabeza. Lima tendrá que vérselas con nosotros.
DB: Yo no puedo limitar ni condicionar el ejercicio que usted y todos los aquí presentes tienen de manifestarse, de protestar, de elevar su voz de reclamo, aquí en Lima como allá en el sur, o en el norte. Ustedes tienen el derecho de estar molestos, indignados, por las razones que estimen convenientes. En eso, creo, estamos perfectamente de acuerdo.
¡No tanto, porque usted nos manda a matar!
DB: Por favor, déjeme terminar. No, es falso lo que usted dice. Yo no mando a matar a nadie. Yo lo que hago es velar por el orden público, la tranquilidad general. Si se me amenaza de “tomar Lima”, como de una segunda marcha de los cuatro suyos se tratase, ¿no le parece lo más prudente tomar medidas de precaución, asegurando las zonas más sensibles con resguardo policial? ¿O es que usted dejaría a su suerte a la capital del país? ¿Sería capaz de abandonarla siendo el Presidente? Lógicamente, tengo que enviar a la PNP y, en ciertos casos, a las fuerzas armadas, para que, pase lo que pase, todo pueda ser controlado, para reponer el orden. Ahora, aquí le pido que usted analice más fríamente las cosas. Yo entiendo perfectamente que usted y todos aquí se manifiestan por la vía pacífica. Pero entre sus integrantes, y tal vez sin saberlo, hay personas, de cuestionable moralidad, que no sienten el más mínimo interés por lo que sucede, que ni siquiera se sienten peruanos. Son gentes tan ajenas a usted como ajenas para mí, y que están más bien cerca a la vida delincuencial. Estos infiltrados enfrentan a los policías, con su armamento artesanal, hechizo, hasta con dinamitas. Hay pruebas. Desafortunadamente, cuando estos señores inician su enfrentamiento, para saciar su sed de violencia, de destrucción, de delitos, la PNP tendrá que responder, y aunque todos quisiéramos que sea contra solo los infiltrados, la verdad es que, en ese momento de conflicto, no hay cómo identificarlos de quienes sí son pacíficos. ¿O usted cree que sí se puede? Si nos ponemos a investigar en ese momento, todos terminan muertos. Entonces, la respuesta policial irá por todo, por todos. Justos terminan pagando por pecadores, como dice el dicho. ¿Me siento orgullosa de esto? ¡Claro que no, señor! Pero mientras haya marchas, habrá posibilidad de que haya infiltrados, y por tanto el enfrentamiento violento seguirá latente. Es una realidad triste, pero, como ve, no se trata de una matanza propiciada por el Estado, ni por mí. Es un fenómeno mucho menos complejo.
Entonces, ¿qué propone usted?
DB: Los exhorto a dejarme de ver como una enemiga, como la mala de la película. Ambos, de algún modo, queremos lo mismo, solo hay que sentarnos, calmarnos, y darnos cuenta. Ustedes quieren ver satisfechos sus reclamos. Y yo deseo ver respetado el orden constitucional. Bueno, yo, al defender el orden constitucional, puedo contribuir a satisfacer sus reclamos, pues el país que todos queremos, que el sur quiere, solo es posible si nos creemos por fin que en realidad somos un Estado que cree en la Ley, en las instituciones, en los procedimientos. Pero ustedes deben permitirme intentarlo. Lima es también su ciudad. Su historia, es también la suya. Todos somos peruanos, al fin y al cabo. Trabajemos juntos para que esas elecciones, que pronto llegarán, se celebren en el marco de un entendimiento común, de una conciliación general. Yo seguiré poniendo de mi parte, ¿y ustedes?
También, también. Nadie mejor que nosotros para hablar del Perú que queremos. Vamos a trasladar todo lo que nos ha dicho a los demás compañeros.
DB: Conversen con ellos. Todo lo que les he dicho lo repetiré para el país entero. Les invito a seguir el Mensaje a la Nación, están por confirmarme la hora. Pero será hoy sí o sí, así sea a las once de la noche.
Hasta entonces, señora Boluarte. Gracias por su tiempo.
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Este diálogo, puramente ficticio, no pretende sino dar la opinión del autor sobre la actualidad del país, y de la crisis política que atraviesa. No se busca atribuir frases ni pensamientos a nadie más que a sí mismo. La libertad de expresión, debidamente ejercitada, permite imaginar este diálogo, y ofrecerlo con fines didácticos al escrutinio del público.